¡Para reflexionar! Imagina esto: Llamo a mi novia y le digo con emoción fingida que tengo una sorpresa para ella. «Sal a grabarlo,» le digo, y casi puedo escuchar su emoción a través del teléfono.
¿Será una serenata? ¿Serán flores?
No.
Yo solo cuelgo y me río con mi amigo mientras nos sentamos en el auto, listos para ver cómo sale corriendo, ilusionada.
La vemos salir de su casa, cámara en mano, con una sonrisa enorme y llena de expectativa.
Es casi gracioso lo rápido que se mueve, la ilusión que tiene en sus ojos. Nos escondemos un poco y la observamos, y no puedo evitar soltar una carcajada. Mi amigo también se ríe; la escena es demasiado cómica para nosotros.
Ella sigue esperando, buscando a su alrededor, y sus movimientos se vuelven más lentos.
Empieza a darse cuenta de que algo no está bien. Finalmente, la veo detenerse, la sonrisa desaparece de su rostro y la decepción se apodera de ella.
Decidimos revelarnos.
Salimos del escondite y nos mostramos, riéndonos a carcajadas.
Ella nos ve y puedo notar el dolor en su mirada. Me siento un poco mal, pero el momento es demasiado divertido para detenerme.
Al final, la dejamos ahí, sola y herida, mientras nos alejamos riendo.