En una marisquería, una señora se acercó a vender cucharitas de madera. Compramos una por $15 y al despedirse pidió si podía llevarse una doradita, pues no había comido y era su primera venta.
En lugar de eso, le ofrecí un cóctel de camarones. Ella aceptó, lo comió con calma y al terminar quiso pagarme. Le dije que no debía nada.
Conmovida, intentó regalarme otra cucharita, pero preferí que la vendiera para seguir ganando.
Se fue feliz… y yo también.
Pequeños gestos pueden cambiar un día entero. No regateen, apoyen a los pequeños comerciantes.